Si Te Olvido, Recuérdame (Basado en la serie Los Hombres de Paco) Huracán Pelirroja

 

Bueno, aquí dejo una nueva historia. Esta historia es una versión libre de la película The Notebook, o en español El Diario de Noah Una de mis películas favoritas. La trama transcurre en un pueblo ficticio de Sevilla en España y parte después de la última penúltima temporada de la serie, quiere decir, después de la boda de Pepa y Silvia.

 

 

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Si Te Olvido, Recuérdame (Basado en la serie Los hombres de Paco)

Capítulo Uno: Huracán Pelirroja

 

 

«Ayer es sólo un recuerdo; mañana nunca es lo que se supone que es». – Bob Dylan (cantante y compositor estadounidense).

20  Junio  de 2011- San Antonio, Madrid

– «Si te olvido, recuérdame…».

«Eso fue lo último que mi pelirroja me dijo el día de nuestra boda. La tarde fatídica en el que la camorra italiana acabó con todos nuestros sueños y nuestra felicidad. El tiroteo del quince de julio fue el día más negro de mi vida, no sólo porque los hijos de puta de esos mafiosos irrumpieron en el que se suponía sería el día más feliz de mi vida, sino porque se llevaron con ellos todo lo que significaba algo para mí. Mi amada esposa.»

– Señora Miranda, ya es hora de la cena – la voz de una enfermera interrumpió la concentración de Pepa, dejó sobre la mesa su cuaderno y su lápiz para enfrentarse a la mujer regordeta que la miraba con una sonrisa comprensiva – Ella os está esperando.

– Gracias enfermera Carmen – Pepa le respondió a la mujer con la misma sonrisa y esperó a que se marchara para buscar lo que necesitaba. Su diario. Ella no iba a cenar tranquila hasta que no viera el diario sobre la mesa. Pepa salió de su habitación hasta el comedor del Centro Asistencial y su sonrisa se ensanchó al ver que la enfermera tenía razón y que ella ya la estaba esperando en su mesa de siempre, junto a la ventana que daba al jardín.

Pepa se acercó a la mesa y sólo entonces ella la vio asemejando una sonrisa igual de grande cuando además vio el diario que la rubia dejaba encima de la mesa.

– Lo habéis traído – la chica no pudo evitar la emoción en su voz – Me vas a contar la historia otra vez, ¿Cierto? Quiero oírla otra vez, pero ahora hasta el final.

Pepa se rió encantada de ver a la otra chica tan entusiasmada, pero no pudo evitar poner los ojos en blanco a su petición de siempre.

– ¿Otra vez quieres oírla? ¡Pero mujer, que ya te la he contado como mil veces! – se burló con ternura – ¿No quieres que te lea otra cosa mejor? No sé, ¿Algo más divertido?

– No – la joven negó con la cabeza en repetidas ocasiones – No, esa historia me gusta mucho María José, quiero oírla de nuevo. ¿Por favor?

Pepa sonrió de nuevo pero su sonrisa no llegó a sus ojos, no lo hizo porque odiaba escucharla llamándola María José como si fuera una desconocida. Desconocida que por desgracia a los ojos de la otra mujer, lo era.

– Está bien mujer, si quieres que te cuente la historia de nuevo lo haré pero tú tienes que prometerme que te comerás Toda la comida que te sirvan – Pepa le advirtió y volvió a reírse al ver que la joven hacía un mohín de disgusto. Pepa sabía que odiaba la comida del Centro.

– Está bien – cedió a regañadientes – Lo haré pero sólo si tú me prometes contarme la historia completa. No esta noche, pero sí las demás noches, y las tardes y….

– Que sí mujer, que sí – Pepa la hizo callar con una sonrisa – Tú sabes que lo haré. Ahora quédate tranquila que están llegando con la comida.

Y era cierto. La gente del centro ya estaba empezando a llenar el comedor cuando las manipuladoras de los alimentos llegaron con los carritos de comida. Pepa vio como todos los asistentes dejaban de lado sus conversaciones y quehaceres para cenar. Su mesa fue una de las últimas en ser servida y Pepa tuvo que reírse con disimulo cuando vio lo que había para la cena. Puré de patatas con pollo al jugo. Una comida en apariencia apetitosa pero totalmente exenta de sal y otros aliños, en otras palabras, la típica comida que dan en todos los hospitales.

– Esto se ve delicioso – Pepa dijo de pronto y soltó una risotada cuando su acompañante soltó a su vez un bufido indignado y le daba un palo en el brazo.

– Claro, lo sería sino fuera porque tiene más gusto que una col rizada – se quejó la chica con desdén jugueteando con la comida – Odio las comidas sin sal. Ella volvió a quejarse cuando vio que la rubia la miraba con una ceja alzada y luego miraba a su plato sin tocar. Tuvo que comer a regañadientes y sólo porque quería oír la historia de la rubia.

Pepa también comía. No le gustaba mucho hacerlo tampoco, pero ya estaba acostumbrada al tipo de comida que servían en ese lugar. Además aquella comida insalubre era parte de su dieta. Era capaz de adaptarse a lo que fuera con tal de seguir en ese centro a pesar que ni siquiera lo necesitaba demasiado. Sin embargo, la joven no se iba porque tenía una razón poderosa para quedarse y esa razón era la mujer que tenía a su lado y que seguía jugueteando con su tenedor sin atreverse a terminar su cena.

Pepa esperó hasta que la otra joven terminó con todo lo que tenía en el plato. Ella también había terminado así que ambas salieron del comedor hasta un rincón apartado de la sala común del centro dónde la rubia sabía que nadie les molestaría.

Se sentaron en unos cómodos sofás con el espacio suficiente para acomodar las piernas y Pepa abrió el diario para empezar su lectura bajo la atenta mirada de la otra mujer.

– «Cuando el huracán pelirroja apareció en mi vida acabé con un dedo aplastado». – Pepa comenzó con su relato en voz suave – «Ella había llegado a mi pueblo del brazo de su padre para la comunión de nuestra sobrina y para las vacaciones con  apenas dieciocho años, los mismos que tenía yo.» «El huracán se llamaba Silvia Castro León y era la hermana pequeña de mi cuñada Lola, la esposa de mi hermano Paco.»

«En ese tiempo toda mi familia vivía en Sevilla. Mi hermano, Lola, y la pequeña Sara vivían en el centro del pueblo mientras mis padres y yo lo hacíamos en una casa cerca de las Marismas de Guadalquivir, el mismo lugar donde unos metros más lejos estaba la casona de campo de mi princesa.»  «Silvia y su padre llegaron en un carro bastante pijo para ese tiempo, mil novecientos noventa y siete, en una calurosa tarde de julio». «El auto negro, un BMW, se detuvo frente al aserradero dónde trabajábamos mi hermano y yo en un presente para Sarita». «Mi padre era un maestro carpintero, quiso enseñarle el oficio a mi hermano pero él decidió ser policía». «Yo también pensaba unirme a la fuerza si no me iba bien en los estudios, pero aprendí el oficio de trabajar la madera durante mis vacaciones en la escuela». «Se me daba mucho mejor que a mi hermano el trabajo con las manos». «Excepto el día que llegó ella». «Su sola presencia me hizo perder toda la concentración y acabé dándome un martillazo en el dedo en lugar del clavo que debía sostener la puerta de la casa de muñecas que sería de mi sobrina.»

– «Ten cuidado Pepa, leches» – se había quejado mi hermano cuando yo maldije en voz alta  y  luego vi cómo se ponía de pie para saludar a su suegro y a Lola que había viajado con ellos, dejando a la niña en el pueblo con mi madre Concha. Mi hermano saludó al padre de Lola con un apretón de manos al tiempo que me daba un pisotón disimulado en el pie del que por supuesto me quejé con otra maldición voz alta.

«Paco me obligó a saludar a Don Lorenzo sabiendo que era mi persona menos favorita en el mundo, pero tuve el placer de saludarlo con toda la mano sudada y una sonrisa falsa. Mi sonrisa creció cuando él retiró la mano y tuvo que limpiársela en el pantalón». «El hombre luego presentó a su hija Silvia, una chica bastante pija para mi gusto. Había llegado vestida con una larga falda de color blanco y rayas horizontales marrones, una blusa de raso blanca sin mangas y una cazadora de lino del mismo color. Tenía un par de collares de plumas colgando de su cuello y eso, junto a su larga melena pelirroja la hacía parecer un ángel. Un ángel que muy pronto sabría que me llevaría directo al infierno y de vuelta sólo gracias a la intensidad de su mirada de ojos color marrón».

«A diferencia de lo que hice a posta con Don Lorenzo, a Silvia la saludé con las manos secas. Había intentado limpiármelas en las ropa, pero mi ropa estaba igual de sucia con la viruta de la madera así que no tenía por dónde». Silvia vio mi gesto con una ceja alzada con disgusto y ni siquiera me sonrió cuando le di la mano. Ella apenas si me tocó los dedos y retiró su mano como si se la hubiese ensuciado». «Pija de los cojones» – pensé para mis adentros con enojo, odiando no poder quitarle a la chica los ojos de encima ni babear como una tonta a cada uno de sus movimientos.

– «Padre me quiero ir a casa» – era la primera frase larga que le había oído hasta ahora. Silvia estaba aburrida y yo me daba cuenta de eso por la forma desdeñosa con la que miraba a su alrededor. Se notaba a leguas que no estaba acostumbrada a vivir en un lugar tan humilde como era mi pueblo, echaba de menos sus comodidades capitalinas y no lo podía ocultar.

«Don Lorenzo le dirigió a su hija menor una mirada de fastidio pero estuvo de acuerdo con ella. La conversación que mantenía con Paco y su hija Lola parecía que nunca acabaría y yo también me estaba aburriendo de tener que fingir un interés que no sentía».

– ¿Así que vuestro encuentro fue accidentado? – Pepa había sido interrumpida en medio de su relato por la chica que en esos momentos se encontraba apoyada contra la rubia. – No me puedo creer que esa chica pija fuera el amor de tu vida, parece que era insoportable, ¿No?

Pepa le sonrió con tristeza y asintió aguantándose un suspiro de melancolía.

– Al principio sí – la rubia estuvo de acuerdo a su pesar – Al principio no nos llevábamos muy bien, pero luego la cosa cambió y nos volvimos inseparables. ¿Me dejas seguir leyendo?

– Si, por supuesto – la chica también asintió como disculpándose y Pepa siguió hablando como si no hubiera existido tal interrupción.

«Vi a Silvia, Don Lorenzo y Lola volver una vez más de vuelta al carro antes de despedirse y tuve que escuchar la regañina de mi hermano cuando estuvimos a solas».

– «No puedo creer que hayas actuado así con mi suegro Pepa, cojones» – me acusó con fastidio – Mira que darle una mano sudada al hombre y no dejar de mirar a su hija como lo hacías…».

– «¡Pero si yo…!» – intenté defenderme pero él no me dejó que lo hiciera. Lo vi negar con la cabeza frunciendo el entrecejo y algo en ese gesto me hizo intuir que lo que vendría después no me iba a gustar nada.

– «Ella está muy lejos de tu liga Pepa, ten cuidado» – me advirtió con una seriedad impropia de él.

– «¿Que tenga cuidado con qué Paco?» – le pregunté a mi vez en tono hosco – ¿A qué cojones te refieres?

– «A Silvia» – respondió con seriedad – «Vi cómo la mirabas hermana, que se te caía la baba mirándola». «Pero está muy lejos de tu liga cariño, no te metas con ella».

«Paco me había calado». «Desvié la mirada de él odiándome por empezar a sentir cosas por esa niña tan desagradable, pero no podía evitarlo». «Silvia Castro me atraía como a una polilla a la luz del fuego, sabiendo que iba a terminar quemada».

– Disculpad la interrupción, pero es hora de la medicina – Una enfermera había sido esta vez la causa de la nueva interrupción y Pepa no pudo evitar exhalar un suspiro. La mujer de capa blanca había aparecido con un carrito lleno de vasos plásticos con medicina y agua. Todos los pacientes debían tomar las últimas dosis de medicamentos recetados por sus doctores asignados. Pepa vio cómo la chica se tomaba la suya de un sólo golpe junto a una mueca de desagrado, luego bebía el agua de otro vaso para quitarse el mal sabor de boca. Los medicamentos que tenía que tomar eran para sus jaquecas y la ponían somnolienta, indicativo que la sesión de lectura estaba terminada por aquella noche.

Pepa también «tomaba» medicina. Debía hacerlo para no confundir a la joven ya que se suponía que también era una paciente, excepto que la prescripción de Pepa sólo eran unas vitaminas naturistas que podía comprar en cualquier farmacia sin tener receta médica. Tenía que tomarse otras con receta médica, pero la rubia las “olvidó” cuando había decidido internarse.

– Creo que es hora de que regreses a tu habitación – Pepa le dijo a la joven una vez que se fue la enfermera. Cerró el diario y lo dejó sobre su regazo muy para el disgusto de la otra chica que se cruzó de brazos haciendo un mohín como niña pequeña.

– No tengo sueño María José, quiero que me sigas leyendo tu diario – la queja infantil de la mujer hizo sonreír con tristeza a Pepa. Todas las noches era lo mismo, una lucha constante para llevarla de vuelta a su cama.

– Mañana te seguiré leyendo, te lo prometo – la rubia la convenció con voz suave pero firme, levantándose del sofá y llevándose a la joven con ella. – Pero tú sabes que debes dormirte temprano para que te levantes temprano y pueda seguir leyéndote, ¿No?

La mujer asintió a regañadientes y dejó que Pepa la llevase de vuelta a la habitación dónde le ayudó a cambiarse su atuendo blanco por un pijama de seda de color azul. La rubia arropó a la chica asegurándose que estaba cómoda y abrigada y como todas las noches tuvo que aguantar sus ganas de darle un beso de buenas noches dónde más quería, en sus labios. Como siempre, debía resignarse a hacerlo en la frente. Un casto beso de despedida que decía más que mil palabras.

– Buenas noches princesa – Pepa se despidió en tono suave dándole a la chica un último beso en la frente – Que descanses, mi huracán pelirroja….

Un pensamiento en “Si Te Olvido, Recuérdame (Basado en la serie Los Hombres de Paco) Huracán Pelirroja

  1. Shelli-ArHgO dice:

    (Lectura sin contratiempos, bravo!) Bueno, nos embarcamos en una nueva aventura y heme aquí, haciendo acto de presencia. Inicio prometedor, aunque me sigo resistiendo a las adaptaciones, lo siento. Pero! Ese estilo de tus historias agrega un elemeto extra que lo hace irresistible.
    Soy fan de tus ilustraciones.

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